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Declaración de posicionamientos y buenas prácticas en el ejercicio profesional de la logopedia

16. Trastornos de la alimentación pediátricos

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El logopeda es el profesional sanitario competente para evaluar, diagnosticar, intervenir y llevar a cabo el mantenimiento de los trastornos de la alimentación pediátrica, especialmente cuando hay alteraciones de la deglución o del desarrollo de las habilidades alimentarias.

El CLC impulsa la investigación sobre la prevalencia, el impacto funcional, la evaluación y la intervención en los trastornos de la alimentación pediátrica, y promueve la creación de instrumentos adaptados al contexto lingüístico y cultural en catalán y castellano.

El CLC defiende un abordaje interdisciplinario y especializado, coordinado con profesionales de la medicina, la psicología, la nutrición y la logopedia, para garantizar una intervención integral basada en la evidencia.

Evaluación de la participación, actividades y calidad de vida

Los aspectos psicosociales que afectan tanto al niño como a sus cuidadores pueden desempeñar un papel relevante en la aparición de dificultades alimentarias. Estos factores suelen clasificarse en cuatro áreas principales: desarrollo, salud mental y conductual, entorno social y ambiente físico. Aunque cualquier alteración en uno de estos ámbitos puede desencadenar problemas en la alimentación, con frecuencia el Trastorno de Alimentación Pediátrico (TAP) surge de la interacción entre varios o incluso todos estos dominios.

Los trastornos emocionales y conductuales, tanto en el niño como en sus cuidadores, pueden influir negativamente en su comportamiento alimentario. En el caso del niño, la presencia de un temperamento difícil, ansiedad, alteraciones del estado de ánimo o un pensamiento desorganizado pueden favorecer conductas alimentarias problemáticas. Por su parte, los cuidadores, que suelen afrontar múltiples demandas emocionales y prácticas, pueden experimentar niveles significativos de estrés o atravesar dificultades en su salud mental. Estas circunstancias pueden afectar a la calidad de las interacciones durante las comidas y reflejarse en estilos de crianza más controladores o, por el contrario, en una supervisión menos consistente. Esta dinámica tiene un carácter bidireccional, ya que tanto el comportamiento del niño como el del cuidador se influyen mutuamente en el contexto de la alimentación.

Para identificar posibles aversiones alimentarias, se utilizan herramientas específicas de evaluación, como el Cuestionario de Comportamiento Alimentario Infantil (CEBQ) y el Mealtime Behavior Questionnaire (MBQ) desarrollado por Berlin et al. en 2010.

Asimismo, la escala Feeding Impact Scales (Estrem et al., 2020) permite valorar cómo la alimentación del niño repercute en la vida emocional y práctica de los padres y en su entorno familiar.