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Declaración de posicionamientos y buenas prácticas en el ejercicio profesional de la logopedia

17. Alteraciones de la fluidez del habla

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El logopeda es el profesional sanitario competente para valorar, diagnosticar e intervenir en las alteraciones de la fluidez del habla, y debe mantener una formación especializada y actualizada para abordar su naturaleza multifactorial desde un enfoque basado en la evidencia.

El CLC impulsa la investigación sobre la prevalencia, el impacto funcional, la evaluación y la intervención en las alteraciones de la fluidez, y promueve la creación de instrumentos adaptados al contexto lingüístico y cultural, especialmente en catalán y castellano.

El CLC defiende un abordaje interdisciplinario y centrado en la persona, liderado por el logopeda y en coordinación con psicólogos, pediatras, educadores y otros profesionales sanitarios. Aconseja evitar prácticas sin aval científico y favorecer intervenciones integradoras que tengan en consideración las dimensiones emocionales, sociales y comunicativas del trastorno.

Signos clínicos

Las alteraciones de la fluidez verbal pueden aparecer en diferentes etapas del desarrollo. La forma más común es la tartamudez de desarrollo, que suele surgir entre los 2 y 5 años, coincidiendo con una fase crítica de adquisición del lenguaje. En muchos niños, estas disfluencias son temporales y se resuelven sin intervención. Se manifiestan principalmente en forma de repeticiones de palabras o frases, interjecciones y revisiones espontáneas, generalmente sin conciencia del problema ni conductas de tensión o evitación asociadas. Sin embargo, cuando las disfluencias se prolongan en el tiempo, aumenta su frecuencia o se presentan con reacciones emocionales negativas, pueden indicar una alteración persistente de la fluidez del habla. La observación de síntomas más allá de los 4-5 años incrementa el riesgo de cronificación.

La aparición de los siguientes comportamientos puede indicar la necesidad de intervención logopédica:

  • Bloqueos tensos del flujo del habla.
  • Repeticiones irregulares o exageradas de sonidos, sílabas o palabras (especialmente más de cinco veces).
  • Aumento del volumen, timbre o esfuerzo durante las disfluencias.
  • Habla excesivamente rápida o acelerada.
  • Tensiones musculares visibles en la cara o en el cuello durante la emisión.
  • Paradas repentinas o autointerrupciones con retroceso y reinicio del mensaje.
  • Uso de vocales prolongadas para iniciar el habla (p. ej., eeeeem...).

 

Muchos niños con alteración de la fluidez del habla desarrollan estrategias compensatorias o de evitación como:

  • Evitar palabras específicas o cambiarlas por sinónimos.
  • Eludir determinadas situaciones comunicativas.
  • Mantener la mirada baja o mostrar vergüenza mientras hablan.
  • Morderse los labios o las uñas como conductas asociadas.
  • Presencia de tics nerviosos o gestualidad facial excesiva.

 

Además, pueden aparecer signos psicológicos:

  • Tristeza o frustración recurrente asociada al habla.
  • Preocupación o miedo anticipatorio antes de hablar.
  • Baja autoestima y autoconcepto deteriorado.
  • Retraimiento social y dificultades en la interacción con iguales.
  • Fobia social.

 

La CIF (por sus siglas en inglés de ICF, International Classification of Functioning, Disability and Health) proporciona un marco para abordar la discapacidad y el funcionamiento de una persona en su contexto y en su vida cotidiana. Según la CIF, las manifestaciones comentadas implican alteraciones de las funciones relacionadas con la fluidez y el ritmo del habla (b3300-b3303), funciones del movimiento involuntario (b765) y síntomas de rigidez o espasmos musculares (b7800 y b7801).

Los síntomas pueden variar a lo largo del tiempo e intensificarse en situaciones de estrés, fatiga o exposición social. Su variabilidad puede dificultar el diagnóstico precoz, por lo que es esencial una observación prolongada y sistemática.

Se estima que hasta un 80 % de los niños con disfluencia del desarrollo se recuperan espontáneamente, pero la aparición de múltiples señales de alerta y la persistencia de los síntomas más allá de la etapa preescolar incrementa la probabilidad de mantenimiento del trastorno en la etapa escolar y adulta.